Los de mi
generación, nacidos en el simbólico año de la caída del Muro de Berlín, tuvimos
la ocasión de crecer inmersos en la abundancia y empujados por un entorno de prosperidad
económica. Afortunadamente, nuestros padres pudieron ofrecernos una juventud mucho
más tranquila y despreocupada que la suya, y, por su puesto, infinitamente más cómoda
que la vivida por nuestros abuelos. Si una palabra repetían hasta la saciedad, unos
y otros, no era otra que la palabra trabajo. En efecto, cuando recuerdo
las muchas experiencias y anécdotas recibidas de mis padres, abuelos y
bisabuelos -los que viven y los que se fueron- me vienen a la cabeza imágenes
de una juventud marcada por la lucha y
el sacrificio como únicos medios de supervivencia en un entorno
dificultoso. A ellos, en mayor o menor medida, les tocó vivir el sinsentido de
una guerra fraticida y las penurias de la posguerra, sintieron el frío y el
hambre en invierno y conocieron el verdadero significado de la palabra necesidad. Cuando el derroche y las
comodidades eran regalos reservados a una escasa minoría social, la cultura
del esfuerzo, la honradez y la integridad personal, conformaban la llave de
la estima social y de la dignidad
como miembros de la comunidad. En definitiva, cuando la inmensa mayoría de la
sociedad vivía en la austeridad, el ser
prevalecía sobre el tener y los valores morales ocupaban un importante
lugar en la conciencia colectiva.
Durante los
años de bonanza económica, gran parte del legado de nuestros antepasados cayó
en el olvido, produciéndose una verdadera inversión de los valores sociales. No
merece la pena recordar en qué hemos fallado, pues además de ser notoriamente conocido por todos, corresponde a cada ciudadano hacer su propio examen de conciencia. Algunos
han asegurado que vivimos una triple crisis -económica, política y social o de
valores- y yo no puedo sino mostrarme plenamente de acuerdo con dicha
afirmación. Ahora bien, si esa “triple
crisis” lleva a nuestra sociedad a recuperar de algún modo el mensaje que nos
trasmitieron nuestros abuelos -confío en ello-, ¡bienvenida sea!, pues habrá
servido para construir un futuro mejor, esta vez sí, sustentado sobre los fuertes
y resistentes pilares del trabajo, la responsabilidad, la unidad y el entendimiento
de todos.
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Fotografía del álbum familiar, tomada en el año 1951. |
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